Mi primera experiencia como donante de sangre

A mi prima la internaron en el Sanatorio Parque de Rosario el jueves 22 de septiembre. Un derrame en el pericardio, dijeron. Estuvo todo el fin de semana incómoda, con dificultad para respirar y dolor intenso en el pecho. El martes 27 decidieron operarla. Tenían que ponerle un drenaje para que saliera el líquido excesivo que estaba alrededor del corazón y también del pulmón, porque además del derrame en el pericardio tenía otro en la pleura. Ese mismo día me agregan a un grupo de WhatsApp que se llamaba “Donantes”. Lo había creado otra de mis primas para conseguir diez personas de cualquier tipo de sangre y factor que pudieran ir a donar.

Me asusté. Si necesitaba sangre era porque estaba peor. Le escribí a mi prima, la que había creado el grupo. Me explicó que con la operación Elena perdería plaquetas y que por eso teníamos que donar. Después una amiga me dijo que en realidad nuestra sangre era para reponer la que a mi prima ya le habían puesto durante la operación. El banco de sangre del sanatorio tiene que estar siempre abastecido. Con toda esta explicación me quedé un poco más tranquila.

El miércoles a la mañana me levanté a las 7, tomé agua, me cambié y salí para el sanatorio. Supuestamente había que estar en ayunas. Cuando llego, había bastante gente esperando en la zona de hemoterapia. Yo quería llegar rápido para poder irme rápido y estar en mi trabajo a las 9, pero apenas vi el movimiento que había me di cuenta de que no iba a llegar a tiempo. Le escribí a mi jefe diciéndole que iba a llegar más tarde y me dijo que no había problema.

Me acerqué a la ventanilla, expliqué para quién venía a donar y me dieron un formulario extenso que tenía que responder con “sí” o con “no”. Las respuestas más saludables, o más deseables, eran las que llevaban como respuesta un “no”. En un momento, una de las preguntas era algo así como “¿Se siente sano hoy?”. Si venías con la inercia de las preguntas anteriores, respondías “no”. Estoy segura de que me mucha gente respondió “no”. Como el asunto era serio, decidí primero leer el cuestionario completo y después responder para tener una idea previa de lo que tenía que contestar.

A medida que avanza el cuestionario las preguntas se vuelven más absurdas y hasta conservadoras. “¿Ha tenido relación sexual con un hombre que haya tenido relaciones sexuales con otro hombre?”. “No que yo sepa”, tendría que haber contestado. Muchas de las preguntas daban por supuesto que los varones homosexuales no usan preservativo y que por eso sí o sí tienen sida. Me acuerdo de una pregunta bastante espantosa que estaba suavizada con un comentario dentro de un paréntesis: “¿Ha tenido relaciones sexuales con hombres? (Desconocidos y sin protección)”. El “desconocidos y sin protección” dentro del paréntesis, y no dentro de la pregunta principal, demuestra la homofobia de la persona que redactó el cuestionario. Otra de las preguntas era: “¿Ha tenido sexo a cambio de dinero?”. Ojalá que alguien haya contestado “sí, pero siempre con protección”.

La puerta que estaba al lado de la recepción de hemoterapia se abría y cerraba a cada rato. Primero llamaban a las personas por el número que el recepcionista nos había escrito en la parte superior del cuestionario. Yo tenía el ocho. Todavía faltaba un rato.

Pensé que una vez que te llamaban por tu número, donabas y listo. Pero me di cuenta de que no era así. Cuando decían su número, la gente entraba y salía a los cinco minutos. A veces la puerta se volvía a abrir y los llamaban por su nombre de pila. Entonces se metían en esa habitación y ahí tardaban un rato largo en salir. No entendía qué significaba todo esto hasta que le tocó donar a la amiga de una prima de mi prima.

La amiga de la prima de mi prima me explicó que primero te llaman por tu número para hacerte una especie de estudio preliminar. Si ese estudio sale bien, te llaman por tu nombre y recién ahí podés donar. Si sale mal, te vas a tu casa. Mientras esperaba, ella tomaba Gatorade.

–Me mandaron a tomar esto–dijo y agitó la botella.

–¿Pero no había que estar en ayunas?–pregunté.

–Eso pensé yo. Pero me dijeron que tengo que tener algo de azúcar en sangre.

–Claro. No se puede desayunar nada grasoso–dijo la prima de mi prima, que ya había donado en otras ocasiones.

–Uh, entonces voy a comer algo.

Saqué una manzana que tenía en el bolso y tomé unos sorbos de Gatorade. Justo cuando terminé la manzana me llamaron. Pasé y me senté en una mesa angosta que estaba en un rincón. La hemoterapeuta se sentó del lado más ancho de la mesa con mi cuestionario. Primero me preguntó si tenía alguna duda acerca del cuestionario y también cosas como “¿Tuviste hepatitis?”, “¿Recibiste una transfusión de sangre alguna vez?”, “¿Donaste alguna vez?”, “¿Estuviste embarazada?” y otras similares. Después me preguntó si estaba tomando alguna medicación.

–No, solo pastillas anticonceptivas. Pero acá puse que tomé una medicación para el acné. Acneclin se llama.

–¿Y qué tiene?

–Antibióticos.

–¿Cuándo dejaste de tomarlos?

–Hace un mes.

Ella abrió un cajón y sacó una carpetita. Buscó algo en el índice y empezó a leer. Supongo que estaba buscando las características de Acneclin. No sé si las encontró o no. Me dijo:

–No pasa nada. Con que hayas dejado de tomar los antibióticos hace una semana ya podés donar.

–Ah, bueno.

–Te voy a tomar la presión.

Lo hizo y me dijo:

–11/7. Estás perfecta. ¿Cuánto pesás?

–Uh, no sé. 58 creo.

–Te voy a pesar.

Acercó una balanza de esas que la gente tiene en el baño de su casa y me hizo subir.

–Perfecto–dijo cuando me bajé.

–¿Cuánto peso? No veo de lejos y no sé cuánto estoy pesando.

–56, pero restándole un kilo de la ropa estarías en 55.

–Ah, genial–me puse contenta. Hacía varios meses que no me pesaba porque me angustiaba saber ese número. La respuesta fue mejor de lo que esperaba.

Nos volvimos a sentar.

–Ahora te voy a sacar sangre del dedo para hacer un recuento de glóbulos rojos, ¿sabés?

–Bueno.

–Es solo un pinchacito.

Sacó la sangre y la puso en una máquina centrifugadora.

–¿Hacés deporte?

–Voy al gimnasio y a veces corro.

–Bien. Bueno, esperá afuera y ya te avisamos.

–Gracias.

–No, gracias a vos.

Mientras estaba afuera me enteré de que una de mis primas no pudo donar porque le dio bajo el recuento de glóbulos rojos. Nunca se había hecho un análisis y por eso no sabía qué pasaba adentro suyo.

La espera fue corta. Enseguida me avisaron que podía donar. La noticia me puso nerviosa porque era la primera vez que lo hacía y también contenta porque iba a poder colaborar con el banco de sangre del sanatorio.

Entré y me hicieron sentar en un sillón cómodo, reclinable y con una extensión para poner las piernas. La hemoterapeuta que me atendía me dijo que me acostara y me puso esa goma elástica ancha en la parte de arriba del brazo derecho. También me dio una pelotita antiestrés. Tenía que abrir y cerrar la mano para que la vena se volviera más prominente. Mientras estaba ahí pensé en lo horrible que son las agujas. No sé cómo hacen los adictos a la heroína para pincharse todos los días, varias veces al día.

Después de apretar la pelota varias veces y de que ella tocara el ángulo donde está el codo, pero del lado de adentro, para que apareciera la vena, estaba lista para empezar a donar. Suspiré y me puse a ver Desayuno americano para distraerme un poco. En lo alto había tres televisores con tres programas distintos para satisfacer a públicos distintos. Al lado mío había otro sillón y un chico esperaba que encontraran su vena.

No me dolió. Solamente sentí mucha molestia porque estuve bastante tiempo ahí. Media hora casi. Me dijeron que las mujeres tardan más en donar porque tienen venas más finas.

–Bueno, Vale. Ya estamos–la hemoterapeuta que me había atendido se había esforzado constantemente para que yo estuviera cómoda.

–Bárbaro. Tengo el brazo dormido. ¿Es normal?

–Sí, totalmente normal. Quedate tranquila. Ahora tomate un Gatorade, ¿sabés? Y después desayuná de nuevo. Hoy mucho líquido y nada de actividad física, ¿sabés?

–Listo.

–Ahora apretate acá un ratito para que el hematoma sea chico–dijo y me puso una gasa con cinta en el lugar donde había sacado la sangre.

Me levanté sin problemas. No me desmayé ni me sentí mal. Pero estuve todo el día débil, como sin fuerzas. También me dijeron que era normal.

La experiencia me gustó y por eso se la conté a todo el mundo. Quería saber qué opinaban los demás acerca de la donación y si alguna vez habían donado. Me encontré con distintas opiniones. Mi jefe dona bastante seguido, una de mis amigas también. Mi papá y mi hermana sólo donaron una vez. Mi mamá nunca porque le da impresión. El padre de una alumna es cirujano y ella me dijo que él le dijo que donar sangre es bueno porque te “limpia”.

Al hablar con otros sobre sangre y pinchazos derivamos en historias diversas sobre el tema. “Cortázar se enfermó porque le pusieron sangre infectada”. “Hace muchos años, una parturienta murió en mi pueblo porque le pusieron una sangre que no era la suya”. “Antes no se usaban agujas descartables sino esterilizadas y eso era un peligro”. “Mi papá no pudo donar sangre porque tuvo hepatitis”. “¿Viste que en Estados Unidos se le paga a la gente para que done?”.

Toda esta situación me hizo pensar en lo importante que es cuidar la salud. Antes vivía para estudiar y no valoraba lo fundamental que es el equilibrio corporal. Sin salud no podés tener nada: ni estudio, ni trabajo, ni relaciones con los demás, ni momentos de ocio. Además de que tener buena salud es indispensable para una misma, en ciertos casos puede ayudar a los demás. Como cuando tenés que donar sangre.

Estar sana y haber podido donar fue revelador para mí. En la sala de espera de hemoterapia me di cuenta de que muchas personas nunca se habían hecho estudios en su vida. No sabían lo que pasaba adentro suyo. Otros no pudieron donar por hábitos perjudiciales que pondrían en riesgo a los pacientes que recibirían la sangre. La revelación fue que tener salud es bueno para vos y, en cierta medida, también para los demás.

Con esto no quiero decir que haya que dejar de hacerse tatuajes o vivir de manera completamente ascética por la remota posibilidad de donar sangre alguna vez. Pero sí creo que cuando tu salud mejora, todo lo demás mejora, incluida la vida de la gente que querés.

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